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EL ARTE DE SER ABUELO

Victor Hugo

Colección: POESÍA Nº 20
19,5 x 12,5 cms.
424 Páginas
PVP libro impreso 18,00 €
ISBN:  978-84-946117-8-0
Situación: 1ª Edición

Escuela de vida y de poesía, El arte de ser abuelo (1877) compila los últimos poemas escritos por Victor Hugo antes de su muerte, cerrando de manera magistral toda su obra y toda una época. Libro de madurez del poeta exiliado que enfrenta los últimos remansos de su existencia con una esperanza no exenta de amargura, este canto de cisne conserva todo el impulso lírico y ético del gran bardo romántico sin renunciar al tono intimista, didáctico e incluso humorístico propio de una obra compuesta para entretener y enseñar a sus nietos, Jeanne y George. 140 años después de su aparición, El arte de ser abuelo se traduce al español en una versión por vez primera íntegra y libre de censuras. Conviene no olvidar que la voz del viejo abuelo, cariñosa y complaciente, resonaba al mismo tiempo profunda e inflexible contra la injusticia social, la falsa religión y la corrupción política. Por todo ello, este libro implicaba -e implica- a cualquier lector en su celebración de la fraternidad, la honradez, el amor y la libertad en mayúsculas.

UN POEMA

Jeanne dormida

Duerme; sus bellos ojos se reabrirán mañana;
mientras toma mi dedo con su mano en la sombra
yo leo, procurando que nada la despierte,
diarios fieles; todos me insultan; uno pide
meter en Charenton a quien lea mis versos48;
otro condena al fuego mis malévolas obras;
otro, con una lágrima que humedece los párpados,
invita a los viandantes a que me tiren piedras;
mis escritos son cúmulos venenosos y lúgubres
donde el negro dragón del mal tuerce sus nudos;
el otro me declara apóstol del infierno,
o me llama Anticristo, y este otro Satán,
y aquel teme encontrarme por la noche en el bosque,
o me ofrece cicuta y otro me dice: ¡bebe!;
yo he demolido el Louvre y maté a los rehenes,
o hago soñar al pueblo con no sé qué repartos;
París ardiendo manda su rojez a mi frente;
yo soy un incendiario, degollador, verdugo,
un avaro que hubiera sido menos siniestro
de haberme hecho ministro el emperador; soy
el envenenador público y asesino;
así gritan en masa alrededor de mí
las voces de la afrenta, sin tregua, sin descanso;
pero mi niña duerme, y como si su sueño
me dijera: -¡tranquilo, padre, y sea clemente!-
su mano dulcemente apretuja la mía.

UN POEMA
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